Estos textos te ayudarán a entender esta obra. Para contestar a las preguntas que te hago, debes consultar el documento drive que he compartido con vosotros. Te doy algunos ejemplos que espero que te sirvan.
ESCENA I
Síguese la
comedia o tragicomedia de Calisto y Melibea, compuesta en reprehensión de los
locos enamorados, que, vencidos en su desordenado apetito, a sus amigas llaman
y dicen ser su Dios. Asimismo hecho en aviso de los engaños de las alcahuetas y
malos y lisonjeros sirvientes.
Resume lo que aparece en este texto:
¿cuál es la intención de la obra? Relaciónalo con algún tópico literario,
En este texto se presenta la obra -Tragicomedia de Calixto y de Melibea- y su finalidad: advertir o amonestar a los enamorados para que no caigan en el tópico del amor ferus o amor salvaje (Carácter negativo, fiero, del amor estrictamente físico o corporal. En la oposición correspondiente a buen amor, equivale a loco amor) o en ver el amor como una religión (Carácter alienante del sentimiento amoroso, presentado como una enfermedad o servidumbre de la que el hombre debe liberarse). Por otra parte, advierte del peligro de rodearse de personas que se acercan a otras por el interés y no les mueve la sinceridad: en concreto, menciona a alcahuetas y sirvientes.
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ESCENA II
CALISTO.-
En esto veo, Melibea, la grandeza de Dios.
MELIBEA.-
¿En qué, Calisto?
CALISTO.-
En dar poder a natura que de tan perfecta hermosura te dotase, y hacer a mí,
inmérito, tanta merced que verte alcanzase, y en tan conveniente lugar, que mi
secreto dolor manifestarte pudiese. Sin duda, incomparablemente es mayor tal
galardón que el servicio, sacrificio, devoción y obras pías que por este lugar
alcanzar tengo yo a Dios ofrecido. ¿Quién vio en esta vida cuerpo glorificado
de ningún hombre como ahora el mío? Por cierto, los gloriosos santos que se
deleitan en la visión divina no gozan más que yo ahora en el acatamiento tuyo.
Mas, ¡oh triste!, que en esto diferimos: que ellos puramente se glorifican sin
temor de caer de tal bienaventuranza y yo, mixto, me alegro con recelo del
esquivo tormento que tu ausencia me ha de causar.
MELIBEA.-
¿Por gran premio tienes éste, Calisto?
CALISTO.-
Téngolo por tanto, en verdad, que si Dios me diese en el cielo silla sobre sus
santos, no lo tendría por tanta felicidad.
MELIBEA.-
Pues aun más igual galardón te daré yo si perseveras.
CALISTO.-
¡Oh bienaventuradas orejas mías, que indignamente tan gran palabra habéis oído!
MELIBEA.-
Más desaventuradas de que me acabes de oír, porque la paga será tan fiera cual
merece tu loco atrevimiento y el intento de tus palabras ha sido. ¿Cómo de
ingenio de tal hombre como tú haber de salir para se perder en la virtud de tal
mujer como yo? ¡Vete, vete de ahí, torpe!, que no puede mi paciencia tolerar
que haya subido en corazón humano conmigo en ilícito amor comunicar su deleite.
CALISTO.-
Iré como aquel contra quien solamente la adversa fortuna pone su estudio con
odio cruel.
Resume lo que aparece en esta escena.
Explica quiénes son los personajes de esta
escena y sitúalos en el contexto de la obra.
Relaciona este texto con la situación social de la época en la que se escribió esta obra.
¿Qué diferencia hay entre los dos "que" subrayados? Esta escena recoge el primer encuentro entre Calisto y Melibea, cuando el primero entra fortuitamente en el jardín de Melibea mientras practicaba la cetrería y, al ver a la joven, se queda enamorado de su belleza, hasta el punto de deificarla, compararla con Dios ( "los gloriosos santos que se deleitan en la visión divina no gozan más que yo ahora en el acatamiento tuyo", " que si Dios me diese en el cielo silla sobre sus santos, no lo tendría por tanta felicidad".), algo que hace alusión al tópico de religio amoris. Frente a esta reacción, en el fragmento se aprecia la contraria de Melibea, que reacciona con negativa vehemencia y le echa en cara a Calisto su atrevimiento de ofrecerle a ella un "amor ilicito". En cuanto a los personajes que aparecen, son los dos protagonistas principales de la obra, dentro de los pertenecientes a la clase social alta: por un lado, Calisto, que se muestra como una persona atrevida y sin escrúpulos -no duda en transmitirle a una desconocida sus deseos- y que habla con un legguaje retórico propio de la literatura cortesana ( verbos al final de la frase, siguiendo la literatura latinizante "En dar poder a natura que de tan perfecta hermosura te dotase, y hacer a mí, inmérito, tanta merced que verte alcanzase, y en tan conveniente lugar, que mi secreto dolor manifestarte pudiese." y utilización del tópico de "religio amoris", propia del amor cortés. ) Por otro lado, está Melibea, una joven rica y de buena familia (en la escena se aprecia de forma indirecta porque aparece en su jardín) que en este momento muestra su rechazo por Calisto. Quizás por esa razón se puede considerar como una persona que muestra sus sentimientos con sinceridad. Por último, en esta escena se aprecia la mentalidad de la sociedad castellana de fines del siglo XV: el individualismo, el pragmatismo de Calisto que, tras una rápida visión de la bella Melibea, no duda en trabajar para conseguirla, cegado por una pasión, mucho más ciega que el amor puro. El primer "que" es una conjunción que forma parte de una locución conjuntiva subordinante, de carácter consecutivo (Téngolo por tanto que ...) El segundo "que" es un pronombre relativo muy cerca de su antecedante (orejas mías que -las cuales). |
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ESCENA III
CALISTO.-
¡Sempronio, Sempronio, Sempronio! ¿Dónde está este maldito?¡Así los diablos te
ganen! ¡Así por infortunio arrebatado perezcas o perpetuo intolerable tormento
consigas, el cual en grado incomparablemente a la penosa y desastrada muerte
que espero traspasa! ¡Anda, anda, malvado!, abre la cámara y endereza la cama.
SEMPRONIO.-
Señor, luego hecho es.
CALISTO.-
Cierra la ventana y deja la tiniebla acompañar al triste y al desdichado la
ceguedad. Mis pensamientos tristes no son dignos de luz. ¡Oh bienaventurada
muerte aquella que, deseada a los afligidos, viene! ¡Oh, si vinieseis ahora,
Crato y Galieno médicos, sentiríais mi mal! ¡Oh, piedad de Seleuco, inspira en
el plebérico corazón, por que, sin esperanza de salud, no envíe el espíritu
perdido con el del desastrado Píramo y de la desdichada Tisbe!
SEMPRONIO.-
¿Qué cosa es?
CALISTO.-
¡Vete de ahí! No me hables, si no, quizá, antes del tiempo de rabiosa muerte,
mis manos causarán tu arrebatado fin.
SEMPRONIO.-
Iré, pues solo quieres padecer tu mal.
CALISTO.-
¡Ve con el diablo!
SEMPRONIO.-
No creo, según pienso, ir conmigo el que contigo queda. ¡Oh desventura! ¡Oh
súpito mal! ¿Cuál fue tan contrario acontecimiento que así tan presto robó el
alegría de este hombre y, lo que peor es, junto con ella el seso? Mayor es mi
fuego y menor la piedad de quien yo ahora digo.
SEMPRONIO.-
No me engaño yo, que loco está este mi amo.
CALISTO.-
¿Cómo? Yo te lo diré. Mayor es la llama que dura ochenta años que la que en un
día pasa, y mayor la que mata un ánima que la que quemó cien mil cuerpos. Como
de la aparencia a la existencia, como de lo vivo a lo pintado, como de la
sombra a lo real, tanta diferencia hay del fuego que dices al que me quema. Por
cierto, si el de purgatorio es tal, más querría que mi espíritu fuese con los
de los brutos animales que por medio de aquél ir a la gloria de los santos.
SEMPRONIO.-
¡Algo es lo que digo! ¡A más ha de ir este hecho! No basta loco, sino hereje.
CALISTO.- ¿Qué dices?
SEMPRONIO.-
Digo que nunca Dios quiera tal, que es especie de herejía lo que ahora dijiste.
CALISTO.-
¿Por qué?
SEMPRONIO.-
Porque lo que dices contradice la cristiana religión.
CALISTO.-
¿Qué a mí?
SEMPRONIO.-
¿Tú no eres cristiano?
CALISTO.-
¿Yo? Melibeo soy y a Melibea adoro, y en Melibea creo y a Melibea amo.
SEMPRONIO.-
Tú te lo dirás. Como Melibea es grande, no cabe en el corazón de mi amo, que
por la boca le sale a borbollones. No es más menester. Bien sé de qué pie
coxqueas. Yo te sanaré.
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ESCENA IV
CALISTO.- ¿Qué haces, llave
de mi vida? Abre. ¡Oh, Pármeno, ya la veo, sano soy, vivo soy! ¿Miras qué
reverenda persona, qué acatamiento? Por la mayor parte por la fisonomía es
conocida la virtud interior. ¡Oh vejez virtuosa, oh virtud envejecida! ¡Oh
gloriosa esperanza de mi deseado fin! ¡Oh fin de mi deleitosa esperanza! ¡Oh
salud de mi pasión, reparo de mi tormento, regeneración mía, vivificación de mi
vida, resurrección de mi muerte! Deseo llegar a ti. Codicio besar esas manos
llenas de remedio. La indignidad de mi persona lo embarga. Desde aquí adoro la
tierra que huellas y en reverencia tuya beso.
CELESTINA.- Sempronio, ¡de
aquéllas vivo yo! ¡Los huesos que yo roí piensa este necio de tu amo de darme a
comer! Pues ál le sueño; al freír lo verá. Dile que cierre la boca y comience
abrir la bolsa. De las obras dudo, cuánto más de las palabras. ¡So, que te
estriego, asna coja! ¡Más habías de madrugar!
PÁRMENO.- ¡Guay de orejas que
tal oyen! Perdido es quien tras perdido anda. ¡Oh Calisto, desaventurado,
abatido, ciego, y en tierra está adorando a la más antigua puta tierra, que
fregaron sus espaldas en todos los burdeles! Deshecho es, vencido es, caído es;
no es capaz de ninguna redención, ni consejo, ni esfuerzo.
CALISTO.- ¿Qué decía la
madre? ¡Paréceme que pensaba que le ofrecía palabras por excusar galardón!
SEMPRONIO.- Así lo sentí.
CALISTO.- Pues ven conmigo.
Trae las llaves, que yo sanaré su duda.
CALISTO.- Hermanos míos, cien
monedas dí a la madre. ¿Hice bien?
SEMPRONIO.- ¡Ay, sí hiciste
bien! Allende de remediar tu vida, ganaste muy gran honra
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ESCENA IV
MELIBEA.- Celestina, amiga,
yo he holgado mucho en verte y conocerte. También hasme dado placer con tus
razones. Toma tu dinero y vete con Dios, que me parece que no debes haber
comido.
CELESTINA.- ¡Oh angélica
imagen! ¡Oh perla preciosa, y cómo te lo dices! Gozo me toma en verte hablar.
¿Y no sabes que por la divina boca fue dicho contra aquel infernal tentador que
no de solo pan viviremos? Pues, si tú me das licencia, direte la necesitada
causa de mi venida, que es otra que la que hasta ahora has oído, y tal, que
todos perderíamos en me tornar en balde sin que la sepas.
MELIBEA.- Di, madre, todas
tus necesidades, que si yo las pudiere remediar, de muy buen grado lo haré, por
el pasado conocimiento y vecindad que pone obligación a los buenos.
CELESTINA.- ¿Mías, señora?
Antes ajenas, como tengo dicho, que las mías de mi puerta adentro me las paso
sin que las sienta la tierra, comiendo cuando puedo, bebiendo cuando lo tengo..
Ha venido esto, señora, por lo que decía de las ajenas necesidades y no mías.
MELIBEA.- Pide lo que
querrás, sea para quien fuere.
CELESTINA.- Doncella graciosa
y de alto linaje, tu suave habla y alegre gesto, junto con el aparejo de
liberalidad que muestras con esta pobre vieja, me dan osadía a te lo decir. Yo
dejo un enfermo a la muerte, que con sola palabra de tu noble boca salida que
le lleve metida en mi seno, tiene por fe que sanará, según la mucha devoción
tiene en tu gentileza.
MELIBEA.- Vieja honrada, no
te entiendo, si más no declaras tu demanda. Por una parte, me alteras y provocas
a enojo; por otra, me mueves a compasión.
CELESTINA.-
El temor perdí mirando, señora, tu beldad,. Pues como todos seamos humanos,
nacidos para morir, y sea cierto que no se puede decir nacido el que para sí
solo nació. Porque sería semejante a los brutos animales, en los cuales aun hay
algunos piadosos, como se dice del unicornio, que se humilla a cualquiera
doncella. El perro, con todo su ímpetu y braveza, cuando viene a morder, si se
echan en el suelo, no hace mal: esto de piedad.
MELIBEA.-
Por Dios, sin más dilatar, me digas quién es ese doliente, que de mal tan
perplejo se siente que su pasión y remedio salen de una misma fuente.
CELESTINA.-
Bien tendrás, señora, noticia en esta ciudad de un caballero mancebo,
gentilhombre de clara sangre, que llaman Calisto.
MELIBEA.-
¡Ya, ya, ya! Buena vieja, no me digas más, no pases adelante. ¿Ése es el
doliente por quien has hecho tantas premisas en tu demanda?, ¿por quien has
venido a buscar la muerte para ti?, ¿por quien has dado tan dañosos pasos,
desvergonzada barbuda? ¿Qué siente ese perdido, que con tanta pasión vienes? De
locura será su mal. ¿Qué te parece? Si me hallaras sin sospecha de ese loco,
¿con qué palabras me entrabas? No se dice en vano que el más empecible miembro
del mal hombre o mujer es la lengua. ¡Quemada seas, alcahueta, falsa,
hechicera, enemiga de honestad, causadora de secretos yerros! ¡Jesú, Jesú!
¡Quítamela, Lucrecia, de delante, que me fino, que no me ha dejado gota de
sangre en el cuerpo!
CELESTINA.-
Tu temor, señora, tiene ocupada mi disculpa. Mi inocencia me da osadía, tu
presencia me turba en verla irada y lo que más siento y me pena es recibir
enojo sin razón ninguna. Por Dios, señora, que me dejes concluir mi dicho,
MELIBEA.-
¡Jesú! No oiga yo mentar más ese loco, saltaparedes, fantasma de noche, luengo
como cigüeña, figura de paramento mal pintado; si no, aquí me caeré muerta.
¡Éste es el que el otro día me vio y comenzó a desvariar conmigo en razones
haciendo mucho del galán! ¿Qué
palabra podías tú querer para ese tal hombre que a mí bien me estuviese?
Responde, pues dices que no has concluido, y quizá pagarás lo pasado.
CELESTINA.-
Una oración, señora, que le dijeron que sabías de Santa Polonia para el dolor
de las muelas. Asimismo tu cordón, que es fama que ha tocado todas las
reliquias que hay en Roma y Jerusalén. Aquel caballero que dije pena y muere de
ellas. Ésta fue mi venida.
MELIBEA.-
Si eso querías, ¿por qué luego no me lo expresaste? ¿Por qué me lo dijiste por
tales palabras?¡Oh cuánto me pesa con la falta
de mi paciencia, porque, siendo él ignorante y tú inocente, habéis padecido las
alteraciones de mi airada lengua! Pero la mucha razón me releva de culpa, la
cual tu habla sospechosa causó. En pago de tu buen sufrimiento, quiero cumplir
tu demanda y darte luego mi cordón
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Resume lo que aparece en este texto.
·
Explica quiénes son los personajes de esta
escena y sitúalos en el contexto de la obra.
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ESCENA V
CELESTINA.- Conjúrote,
triste Platón, señor de la profundidad infernal, emperador de la Corte dañada,
capitán soberbio de los condenados ángeles, señor de los sulfúreos fuegos, que
los hirvientes étnicos montes manan, gobernador y veedor de los tormentos y
atormentadores de las pecadoras ánimas, regidor de las tres Furias, Tesífone,
Megera y Aleto , administrador de todas las cosas negras del reino de Estigia y
Dite, con todas sus lagunas y sombras infernales, y litigioso Caos, mantenedor
de las volantes harpías, con toda la otra compañía de espantables y pavorosas
hidras. Yo, Celestina, tu más conocía cliéntula, te conjuro por la virtud y
fuerza de estas bermejas letras; por la sangre de aquella nocturna ave con que
están escritas; por la gravedad de aquestos nombres y signos que en este papel
se contienen; por la áspera ponzoña de las víboras de que este aceite fue
hecho, con el cual unto este hilado. Vengas sin tardanza a obedecer mi voluntad
y en ello te envuelvas y con ello estés sin un momento de partir, hasta que
Melibea, con aparejada oportunidad que haya, lo compre, y con ello de tal
manera quede enredada que, cuanto más lo mirare, tanto amas su corazón se
ablande a conceder mi petición. Y se le abras, y lastimes del crudo y fuerte
amor de Calisto, tanto que, despedida toda honestidad, sé descubra a mí y me
galardone mis pasos y mensaje. Y este hecho pide, pide y demanda de mí a tu
voluntad. Si no lo haces con presto movimiento, tendrás me por capital enemiga;
heriré con luz tus cárceles tristes y oscuras; acusaré con mis ásperas palabras
tu horrible nombre. Y otra y otra vez te conjuro. Así confiando en mi mucho
poder, me parto para allá con mi hilado, donde creo te llevo ya envuelto.
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Resume
lo que aparece en este texto.
·
Explica
quiénes son los personajes de esta escena y sitúalos en el contexto de la
obra.
· Relaciona este texto con la
situación social de la época en la que se escribió esta obra.
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PÁRMENO.- ¿A dónde iremos, Sempronio? ¿A
la cama a dormir o a la cocina a almorzar?
SEMPRONIO.- Ve tú donde quisieres, que,
antes que venga el día, quiero yo ir a Celestina a cobrar mi parte de la
cadena. Que es una puta vieja, no le quiero dar tiempo en que fabrique alguna
ruindad con que nos excluya.
PÁRMENO.- Bien dices. Olvidádolo había.
Vamos entrambos y, si en eso se pone, espantémosla de manera que le pese, que
sobre dinero no hay amistad.
SEMPRONIO.- ¡Ce, ce, calla!, que duerme
cabe esta ventanilla. Ta, ta, señora Celestina, ábrenos.
CELESTINA.- ¿Quién llama?
SEMPRONIO.- Abre, que son tus hijos.
CELESTINA.- No tengo yo hijos que anden
a tal hora.
SEMPRONIO.- Ábrenos a Pármeno y
Sempronio, que nos venimos acá almorzar contigo.
CELESTINA.- ¡Oh locos traviesos! Entrad,
entrad. ¿Cómo venís a tal hora, que ya amanece? ¿Qué habéis hecho? ¿Qué os ha
pasado? ¿Despidiose la esperanza de Calisto o vive todavía con ella, o cómo
queda?
SEMPRONIO.- ¿Cómo, madre? Si por
nosotros no fuera ya anduviera su alma buscando posada para siempre. Que, si
estimarse pudiese a lo que de allí nos queda obligado, no sería su hacienda
bastante a cumplir la deuda, si verdad es lo que dicen que la vida y persona es
más digna y de más valor que otra cosa ninguna.
CELESTINA.- ¡Jesú! ¿Que en tanta afrenta
os habéis visto? Cuéntamelo, por Dios.
SEMPRONIO.- Mira qué tanta que, por mi
vida, la sangre me hierve en el cuerpo en tornarlo a pensar.
CELESTINA.- Reposa, por Dios, y dímelo.
PÁRMENO.- Cosa larga le pides, según
venimos alterados y cansados del enojo que habemos habido. . Mi gloria
sería ahora hallar en quién vengar la ira que no pude en los que nos la
causaron, por su mucho huir.
CELESTINA.- ¡Landre me mate si no me
espanto en verte tan fiero! Creo que burlas. Dímelo ahora, Sempronio, tú, por
mi vida: ¿qué os ha pasado?
SEMPRONIO.- Por Dios, sin seso vengo,
desesperado; . Que no tengo con
que salir un paso con mi amo cuando menester me haya, que quedó concertado de
ir esta noche que viene a verse por el huerto. Pues, ¿comprarlo de nuevo? ¡No
mandó un maravedí en que caiga muerto!
CELESTINA.- Pídelo, hijo, a tu amo, pues
en su servicio se gastó y quebró. Pues sabes que es persona que luego lo
cumplirá, que no es de los que dicen «vive conmigo y busca quien te mantenga».
Él es tan franco que te dará para eso y para más.
SEMPRONIO.- ¡Ja! Dionos las
cien monedas, dionos después la cadena. A tres tales aguijones no tendrá cera
en el oído. Caro le costaría este negocio. Contentémonos con lo razonable, no
lo perdamos todo por querer más de la razón, que quien mucho abarca poco suele
apretar.
CELESTINA.- ¡Gracioso es el asno! Por mi
vejez, que, si sobre comer fuera, que dijera que habíamos todos cargado
demasiado. ¿Estás en tu seso, Sempronio? ¿Qué tiene que hacer tu galardón con
mi salario, tu soldada con mis mercedes? ¿Soy yo obligada a soldar vuestras
armas, a cumplir vuestras faltas? A osadas, que me maten si no te has asido a
una palabrilla que te dije el otro día viniendo por la calle, que cuanto yo
tenía era tuyo y que, en cuanto pudiese con mis pocas fuerzas, jamás te
faltaría. Y que, si Dios me diese buena manderecha con tu amo, que tú no
perderías nada. Pues ya sabes, Sempronio, que estos ofrecimientos, estas
palabras de buen amor, no obligan. No ha de ser oro cuanto reluce, si no, más
barato valdría. Dime, ¿estoy en tu corazón, Sempronio?
SEMPRONIO.-! ¿Quién la oyó esta vieja
decir que me llevase yo todo el provecho, si quisiese, de este negocio,
pensando que sería poco? Ahora que lo ve crecido no quiere dar nada, por
cumplir el refrán de los niños, que dicen «de lo poco, poco; de lo mucho, nada».
PÁRMENO.- Dete lo que prometió o
tomémosselo todo. Harto te decía yo quién era esta vieja, si tú me creyeras.
CELESTINA.- Si mucho enojo traéis con
vosotros, o con vuestro amo o armas, no lo quebréis en mí, que bien sé dónde
nace esto. Bien sé y barrunto de qué pie coxqueáis; no cierto de la necesidad
que tenéis de lo que pedís, ni aun por la mucha codicia que lo tenéis, sino
pensando que os he de tener toda vuestra vida atados y cautivos con Elicia y
Areúsa, sin quereros buscar otras. Movéisme estas amenazas de dinero, ponéisme
estos temores de la partición. Pues callad, que quien éstas os supo acarrear,
os dará otras diez ahora que hay más conocimiento, y más razón, y más merecido
de vuestra parte. Y si sé cumplir lo que se promete en este caso, dígalo
Pármeno. ¡Dilo, di, no hayas empacho de contar cómo nos pasó cuando a la otra
dolía la madre!
SEMPRONIO.- Yo dígole que se vaya y
abájase las bragas; no ando por lo que piensas. No entremetas burlas a nuestra
demanda, que con ese galgo no tomarás, si yo puedo, más liebres. Déjate conmigo
de razones. A perro viejo, no cuz cuz. Danos las dos partes por cuenta de
cuanto de Calisto has recibido; no quieras que se descubra quién tú eres. ¡A
los otros, a los otros con esos halagos, vieja!
CELESTINA.- ¿Quién soy yo, Sempronio?
¿Quitásteme de la putería? Calla tu lengua, no amengües mis canas, que soy una
vieja cual Dios me hizo, no peor que todas. Vivo de mi oficio, como cada cual
oficial del suyo, muy limpiamente. A quien no me quiere no lo busco; de mi casa
me vienen a sacar, en mi casa me ruegan. Si bien o mal vivo, Dios es el testigo
de mi corazón. Y no pienses con tu ira maltratarme, que justicia hay para todos
y a todos es igual. Tan bien seré oída, aunque mujer, como vosotros muy
peinados. Déjame en mi casa con mi fortuna. Y tú, Pármeno, no pienses que soy
tu cautiva por saber mis secretos y mi vida pasada, y los casos que nos
acaecieron a mí y a la desdichada de tu madre. Aun así me trataba ella cuando
Dios quería.
PÁRMENO.- ¡No me hinches las narices con
esas memorias; si no, enviarte he con nuevas a ella, donde mejor te puedas
quejar!
CELESTINA.- ¡Elicia, Elicia, levántate
de esa cama! ¡Daca mi manto, presto!, que, por los santos de Dios, para aquella
justicia me vaya bramando como una loca. ¿Qué es esto? ¿Qué quieren decir tales
amenazas en mi casa? ¡Con una oveja mansa tenéis vosotros manos y braveza, con
una gallina atada, con una vieja de sesenta años! ¡Allá, allá con los hombres
como vosotros! ¡Contra los que ciñen espada mostrad vuestras iras, no contra mi
flaca rueca! Señal es de gran cobardía acometer a los menores y a los que poco
pueden. Las sucias moscas nunca pican sino los bueyes magros y flacos.
SEMPRONIO.- ¡Oh vieja avarienta, muerta
de sed por dinero!, ¿no serás contenta con la tercia parte de lo ganado?
CELESTINA.- ¿Qué tercia parte? Vete con
Dios de mi casa tú. Y esotro no dé voces, no allegue la vecindad. No me hagáis
salir de seso, no queráis que salgan a plaza las cosas de Calisto y vuestras.
SEMPRONIO.- Da voces o gritos, que tú
cumplirás lo que prometiste o cumplirás hoy tus días.
ELICIA.- Mete, por Dios, el espada.
Tenlo, Pármeno, tenlo, no la mate ese desvariado.
CELESTINA.- ¡Justicia, justicia, señores
vecinos! ¡Justicia, que me matan en mi casa estos rufianes!
SEMPRONIO.- ¿Rufianes o qué? Espera,
doña hechicera, que yo te haré ir al infierno con cartas.
CELESTINA.- ¡Ay, que me ha muerto! ¡Ay,
ay, confesión, confesión!
PÁRMENO.- Dale, dale. Acábala, pues
comenzaste, que nos sentirán. ¡Muera, muera! De los enemigos, los menos.
CELESTINA.- ¡Confesión!
ELICIA.- ¡Oh crueles enemigos! ¡En mal
poder os veáis! ¿Y para quién tuvisteis manos? Muerta es mi madre y mi bien
todo.
SEMPRONIO.- ¡Huye, huye, Pármeno, que
carga mucha gente! ¡Guarte, guarte, que viene el alguacil!
PÁRMENO.- ¡Oh pecador de mí, que no hay
por dó nos vamos, que está tomada la puerta!
SEMPRONIO.- ¡Saltemos de estas ventanas;
no muramos en poder de justicia!
PÁRMENO.- ¡Salta, que yo tras ti voy!
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