Elegía a Ramón Sijé

A las aladas almas de las rosas

del almendro de nata te requiero:

que tenemos que hablar de muchas cosas,

compañero del alma, compañero.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Texto para el primer comentario del curso 2011-2012

Vamos a poner las cosas claras, tío. No te voy a decir nada que no sepas. Pero tu madre me pide que te resuma la película. Según ella, con veinte años te pones de perico hasta las cejas. ¿Quieres que te lo diga con sus mismas palabras? Sin pegas te lo repito: «Mi hijo está hundiéndose en el mundo de la coca y nos está arrastrando a nosotros al infierno». ¿Te reconoces en el retrato? Fíjate lo acojonada que estará, la pobre, para contarme eso. Y contármelo así. También cuenta que me lees desde hace tiempo. Lector acérrimo, te llama. Y ahí me pilla por los huevos, porque de eso a llamarte amigo mío no cabe el canto de un euro. ¿Comprendes? Me implica y me compromete. Un amigo tuyo se está jodiendo la vida con la puta coca, viene a contar –en traducción libre, claro, porque tu vieja no habla así ni de coña–, así que dile algo. Y aquí me tienes, oye. Diciéndotelo.

Vaya por delante que comprendo lo fácil que es. Te vas de fiesta con tu churri el sábado por la noche, empiezas la marcha, pillas un ciego entre música y baile, y siempre hay un amigo, o tú mismo, que tiene a mano treinta mortadelos para medio gramo; y como en este país de mierda todo cristo trapichea con perico sin que pase nada, te basta mirar alrededor y encuentras suficiente para empolvaros tú y tu cari, y encima aún queda para un nevadito como postre. Eso también lo comprendo. Las pirulas, como a estas alturas sabe todo dios –menos los retrasados mentales que aún las engullen–, tienen muy mal rollo y te hacen polvo; y cuando mezcla, la peña palma que te rilas. Por otra parte, si te emporras te vas abajo y se acaba la fiesta. Así que el perico parece lo adecuado. ¿Verdad? Te pones hasta las patas de alcohol, luego te metes una raya, y acto seguido te comes el mundo, tan lúcido y despejado como si acabaras de salir de la ducha. Pero tiene truco, tío. Te lo juro. Es como jugar al póker con el diablo de tahúr. A la larga siempre pierdes.

Puedes perder, sin más, en la primera mano. Que pasa mucho, por cierto. A tu edad uno se cree inmortal. Invulnerable. Metes a tu pavita en el Focus o el Ibiza, lo pones a ciento ochenta y te crees lúcido y despejado. Yo controlo, dices. Nos vemos en tal sitio para seguir la fiesta. Y donde te ven al día siguiente es en las páginas de sucesos, colega, con la gente que mueve la cabeza y dice: otro gilipollas que no sólo palmó él, que todavía, sino que palmó con la novia, con dos amigos y con un pobre hombre que venía en dirección contraria, camino del trabajo, a las seis de la mañana. Otro cretino irresponsable que, ignorando el valor de la vida, la derrochó estúpidamente y se la quitó a unos cuantos más. Un tiñalpa cutre que, como decía Clint Eastwood en Sin perdón, perdió cuanto tenía y también cuanto podría llegar a tener. Y ese será tu epitafio, amigo. Todos nos iremos un día. Sí. Pero tú te habrás ido mucho antes. Como un carajote, que dicen los andaluces. Como un imbécil.

También queda la segunda posibilidad, y no sé cuál es peor. Puede que tengas suerte y sobrevivas. Te harás mayor, tendrás un curro, te casarás o lo que sea. Y aunque eres un tío seguro y dices que controlas, que sólo es de sábado en sábado y etcétera, llegará un momento en que no podrás hacer nada importante sin cantar línea en ese bingo. De eso dependerá la concentración, la lucidez, la energía. Serás un esclavo toda tu vida, o la vida que te quede por vivir. Porque ésa es otra. La coca rompe los sesos, colega. Ese anuncio del gusano que se mete por las napias es, por una vez, verdad de la buena. Cuando de tanto dejarlo para más tarde tengas el tabique nasal hecho polvo, cuando sangres como un gorrino y te pases el día sorbiéndote los mocos con la gente mirándote entre compasiva y asqueada, y necesites empericarte, no ya con medio gramo un fin de semana, sino con un gramo diario, y se te vaya la viruta en pagarte las dosis –echa cuentas en euros y acojónate, colega–, lamentarás no haberte conformado aquellos sábados con unas cervezas. Si no reaccionas a tiempo, te habrás convertido en una piltrafa. Y lo que es peor: lo sabrás cada vez que te mires al espejo. Para entonces puede que me sigas leyendo, si aún le doy a la tecla. Igual sí, igual no. Pero si quieres que te diga la verdad, me importa un bledo que a esas alturas me leas o no, porque ya no serás ni sombra de lo que eres. Ni yo estaré orgulloso de llamarte amigo, ni lo mío te servirá para nada. Serás un perfecto mierdecilla, tío. ¿De verdad vas a hacernos a tu madre y a mí esa putada?

2 comentarios:

  1. ¿Cuándo hay que entregar este comentario?
    Un saludo, Ana Isabel.

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  2. Bueno, como sí que era este el comentario voy a opinar, desviándome un poco del tema, pero siguiendo el esquema marcado por el autor sobre lo importantes que nos creemos los jóvenes para hacer ciertas cosas con nuestras vidas sin tener en cuenta las consecuencias que ello conlleva.

    Dejando atrás el tema de las drogas, que también me toca de cerca y lo vivo día a día, ya que está en el ambiente, hablaré de lo independientes que nos creemos los adolescentes en algunas ocasiones y de las decisiones nefastas que solemos tomar. Un claro y duro ejemplo de esto puede ser el qué lleva a un adolescente a sufrir algún tipo de transtorno alimentario. Y con esto ¿a qué me puedo referir?, supongo que te estarás preguntando que qué tipo de relación y sentido puedo establecer con el texto. Quizás no haya sentido alguno, pero creo que es el momento de hablar de ello. Para comenzar, un adolescente puede presentarse de dos maneras; el tipo número uno: inseguro y con miedo, y el tipo número dos: muy confiado y creído. Yo hoy quiero hablar del caso uno. Este tipo de personas suele sufrir cambios de personalidad, problemas con drogas, depresiones, problemas psicológicos, alimentarios... Yo, personalmente prefiero el tema de la alimentación. Hago especial hincapié en él debido a que últimamente me he percatado de que más gente de la que desearía sufre enfermedades relacionadas con estos transtornos alimentarios obsesivo-compulsivos (bulimia) o nervioso-distorsionados (anorexia), los cuales suelen originarse a partir de un prototipo de persona con inseguridades claramente visibles. Suelen ser personas que se sienten demasiado independientes o que quieren serlo. Buscan la perfección y a la vez la autodestrucción. Sin embargo, al mismo tiempo son verdaderamente dependientes. Dependen de su mente, la cual le marca sus propios límites, si sobrepasan estos se sienten trites y se hunden más en su miseria. Al igual ocurre con las personas enganchadas a la droga: necesitan de esta, su cuerpo se lo pide. No pueden pasar sin su dosis. Al principio creen que será algo pasajero y que sólo ocurrirá de vez en cuando, hasta que un día se dan cuenta de que no pueden parar. ¿Pero qué ocurre cuando sobrepasan sus límites? ¿Cuando su dosis aumenta? se sienten realmente mal, su mundo se derrumba. Pasan los segundos, los minutos y las horas. Vuelven a su cruda realidad, bañan el suelo en lágrimas. ¡Y entonces se dan cuenta del infierno que han creado! Y ya no importa sólo el infierno que viven ellos mismos dentro de su cabeza, también hay que tener en cuenta al resto de personas que les rodean, a sus familias, amigos y pareja. Una persona que sufre una situación así se vuelve egoísta, pero de vez en cuando, como una tormenta de verano que pasa efímeramente, se percata de la única verdad que le rodea.


    Puede que cueste un poco entender lo que quiero decir, o quizás no consiga nunca expresarme bien, pero quiero concluir con la idea de que los jóvenes muchas veces creemos que podemos solucionar nuestros problemas tomando caminos que no son los adecuados, sin tener en cuenta las graves consecuencias que estos acarrean. Somos demasiado insensatos, eso es lo que nos hace ser jóvenes. También debemos sensibilizarnos con todas las personas que necesitan ayuda, especialmente en edades tan tempranas, que es cuando más débil es una persona y más necesita de la atención de los demás.


    Ana Isabel 2º Bach CCNN

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